Mi vida misma (II)

Por admin

Moscú, jueves 25 de octubre de 1990

Las últimas veinticuatro horas han pasado sin pena ni gloria. Mañana de clases. Almuerzo a base de salchichas, té y pan negro. Y conversación delirante con El Cangas en materia de artes amatorias y roces en general. Nada nuevo bajo el cielo. Mejor continúo con el relato del disparatado desenlace que me procuró el campeonato de mus de la Unión Soviética…

Tras pasar cuarenta y cinco minutos de reloj rogando de rodillas (literal) que nos fuera conmutado el castigo por haber ocupado el vergonzoso último lugar del escalafón musístico, la pareja vencedora se retiró a deliberar acompañada de varios veteranos tan ebrios que alguno se perdió por la residencia y todavía lo andan buscando. Mi petición de clemencia se basaba en dos datos irrefutables: 1. No podía sumergirme en las gélidas aguas del río Moscú con la herida remendada que lucía en mi raquítica pantorrilla. Y 2. Compartir cualquier tipo de penitencia con el pobre Mesa representaba para mí un riesgo seguro de muerte, tanto en su posible versión de ahogamiento en el río, como a través del accidente doméstico múltiple que seguramente se produciría si cumplía el castigo como “esclavito” de Negro y Hyun-Ki junto a un cenizo antológico como Mesa.

Después de media hora de deliberaciones a puerta cerrada, la beoda comisión de urgencia regresó con un rocambolesco veredicto: se apiadaban de la herida de mi pierna para desestimar, muy a su pesar, el castigo natatorio en las aguas del río Moscú, pero en ningún caso estaban dispuestos a conmutar la pena por el hecho de que Mesa estuviera de por medio: lo máximo que harían sería sustituir “los esclavitos” por otra penalización alternativa. En una pirueta que algunos macabros e indeseables alcoholizados calificaron como “mítica y magistral”, la comisión de expertos propuso la realización de una “mínima” tarea administrativa: viajar hasta la ciudad de Bakú en el primer tren que partiera desde Moscú para entregar una solicitud formal de visita turística de parte de la Asociación de Estudiantes Españoles en la URSS. (NOTA 1: aunque en aquel momento de estado etílico generalizado yo no era consciente de dónde estaba Bakú, conviene señalar que se trata de la capital de la República Socialista Soviética de Azerbaiyán, situada en una región euroasiática del Cáucaso justo al borde del mar Caspio, a unos 1.500 kilómetros de distancia de la residencia de la calle Lomonosov. NOTA 2: Tal y como he sabido más tarde, Azerbaiyán es en la actualidad una de las zonas más peligrosas de la URSS, junto a Georgia y Armenia. En realidad todo el Cáucaso está que arde. Las disputas a tiros entre las diferentes repúblicas por el control de algunos territorios y por el petróleo que abunda en la zona, así como los movimientos secesionistas que hay por allí, han convertido aquello en un verdadero polvorín muy poco recomendable. Ejem… La comisión de expertos me enviaba directamente al matadero de la mano del fatídico Mesa).

En pocos minutos la chusma hispana se puso en marcha para ejecutar el castigo. Con una antológica melopea de vodka salimos a las calles en busca de taxis para transportarnos a toda velocidad hasta la Kursky Bakzál, la terminal desde la que salen los trenes hacia algunas localidades del sur de la república rusa, el Cáucaso, el este de Ucrania y la región de Crimea. Ni que decir tiene que la salida de la residencia fue dantesca, sobre todo por algunos miembros de la tribu que iban sin pantalones y otros que se habían vomitado encima en varias ocasiones y tenían un aspecto verdaderamente deplorable. Al llegar a la estación, por cierto en tiempo record, algunos veteranos se ocuparon de sobornar al revisor encargado de uno de los vagones del tren que salía en ese momento con destino a la capital azeirbayana. Dicho y hecho: casi sin darnos cuenta, servidor y un Mesa que para aquel entonces había perdido el conocimiento por la cantidad ingente de alcohol que había pimplado, fuimos facturados irremisiblemente con destino al Cáucaso, un lugar desconocido y del que no había oído hablar en mi vida.

Los primeros diez minutos los pasé dormitando en el compartimento en el que nos había escondido el corrupto empleado de ferrocarril al que los veteranos habían sobornado. La siguiente media hora la pasé vomitando y sintiendo que me moría y me moría. A la hora apareció el revisor hablando un ruso incomprensible y al que solamente pude entender un histérico “¡Militsia, militsia!” (¡Policía, policía!). Ni corto ni perezoso el tipo metió a Mesa en un diminuto armario y me obligó a ocultarme debajo de la cama. Así pasamos una interminable cantidad de tiempo inenarrable, hasta que de manera inesperada y milagrosa apareció Diego, el ingeniero aeroespacial que estudia en Kiev, poniendo fin a nuestro cautiverio. Tras rescatar a Mesa del armario enano y lograr reanimarle con un boca a boca que le convirtió en un superhéroe ante mis ojos, Diego nos contó que en un momento de lucidez había decidido introducirse en el tren y abortar el suicidio seguro al que nos abocábamos si pisábamos el Cáucaso. Sobornó a un revisor y, tras sortear el control policial que había en su vagón, se puso a buscarnos hasta dar con nuestros deshechos huesos encerrados en aquel infame compartimento. No es coña, si no llega en ese momento, es muy probable que el pobre Mesa hubiera muerto asfixiado en ese armario. (NOTA 3: la policía no estaba en ese tren por casualidad. En la URSS la población no puede circular por su territorio libremente, sino que necesita dar cuenta a las autoridades y recibir de éstas una autorización. Los estudiantes extranjeros, por ejemplo, tenemos un permiso de residencia (“Prapiska”) que nos autoriza a permanecer en la ciudad en la que residimos, pero no a movernos por el país. No solamente estábamos viajando sin billete en ese tren, sino que lo hacíamos de manera ilegal. Glups.)

Tras conseguir algo de comer y sortear a la policía en dos ocasiones, en las que a punto estuve de sufrir varios infartos de miocardio, Diego nos instaló en un vagón sin compartimentos y repleto de gente para que aprendiéramos “como viaja el pueblo soviético” (literal). Nos explicó que los trenes están divididos en vagones con compartimentos (“kupé”) y vagones abiertos provistos de literas en los que viaja el pueblo llano (“Plastcar”).

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Vista de vagón de «plastcar». Moscú, octubre de 1990.

 

 

 

 

 

La verdad es que la experiencia fue la leche: la gente se pasa el viaje compartiendo comida, vodka y tabaco, contando historias y cantando canciones soviéticas acompañadas por alguna guitarra o algún acordeón. De las maravillosas tres horas de plastcar en mi primer viaje en tren en la URSS, me traje en el bolsillo cuatro datos relevantes: 1. Los rusos son muy buena gente. Diego dice que “cuando los tratas así, de a pocos o en familia, son increíbles, la mejor peña que puedas encontrar. Te lo dan todo, todo lo comparten, siempre te ayudan. El problema es que como pueblo son muy chovinistas e insoportables”. 2. Un tipo de Volgogrado (él decía “Stalingrado”) que tocaba la guitarra no dejó de cantar canciones de un tal Vladimir Visotski, un polivalente artista soviético muerto en 1980. Tal y como me contaron, era actor, escritor y cantautor. Sus canciones hablan de la vida de la gente en este país, del amor, de la guerra contra los nazis, del cariño por esta tierra, etc. Es muy querido y admirado. Todo el mundo se emocionó mucho cantando a coro una canción llamada “Я не люблю” (No me gusta). Me he prometido buscar sus discos en alguna tienda Melodía. 3. Entablamos amistad con un grupo de militares con los que compartimos vodka y pan negro. Tenían más o menos mi edad y todos eran de pueblecitos de Ucrania. Estaban haciendo la mili en Moscú y regresaban unos días a casa de permiso, tras más de un año de servicio militar ininterrumpido. Lo de la mili en la URSS es realmente terrible. Dura dos años como mínimo y, según nos contaron, durante los primeros doce meses tu familia no sabe ni dónde estás. Es tan dura la experiencia que muchos de los reclutas tratan de provocarse cualquier tipo de daño físico para ser excluidos del servicio. Beber líquido de frenos o introducirse una especie de canicas de acero en el pene (como lo oyen) son algunas de las prácticas más comunes para librarse del ejército. Además de la instrucción militar, los trabajos arreglando carreteras o construyendo edificios con las actividades que ocupan mayor tiempo de mili. 4. Definitivamente el vodka es el alma de este pueblo. Todo el mundo lo bebe y está presente en todas las reuniones. Me han contado que es normal que en muchas ocasiones hasta se tome con el almuerzo, como nosotros bebemos el vino en España. La caña. He aprendido que las cantidades de vodka se miden en gramos y que lo normal es beberlo de un trago y de cien en cien gramos (como todos los vasos son iguales en la URSS, la gente le tiene cogida la medida a la perfección). (NOTA 4: lo de los vasos idénticos ha dado lugar a una interesante discusión entre Mesa y Diego sobre este país y lo que llamaban “el socialismo real”. Diego decía que no entendía por qué los soviéticos fabricaban las cosas todas iguales, con muy pocos modelos y con colores muy tristes. Ponía el ejemplo de los vasos y los cubiertos, que son todos iguales, también de la ropa: siempre de colores oscuros o grises y con una pírrica variedad de modelos. Mesa apuntaba que eso era porque “en el socialismo lo que importa es la utilidad de las cosas, no las modas y esas mierdas. Lo importante es que las cosas sirvan y que duren mucho sin romperse”. Yo la verdad es que creo que los dos tienen parte de razón. Mola que las cosas duren un huevo y que funcionen, pero no veo que eso esté reñido con que puedan ser de diferentes colores y que haya varios modelos entre los que se pueda elegir. Para zanjar la discusión Diego se mostró categórico: “son estas cosas las que han llevado a la derrota al socialismo y van a acabar con la URSS”. Vaya)

3 respuestas a “Mi vida misma (II)”

  1. Sitra
    febrero 20th, 2008 13:34
    1

    Muy, muy bueno el blog.
    Pero discierno en la opinión de Diego. La URSS no es tan gris y uniformada como siempre ha planteado el capitalismo. Por lo menos, no más que lo que en si fue el propio capitalismo.
    Para muestra un par de botones.
    Cualquier tiempo pasado fue distinto
    Soviet Union I
    Soviet Union II
    Moda en el 89

    Como veís habia punkies, había viejacos felices, borrachos a tutiplen, abrigos antibalas, y jerseis feísimos de cebras en una manga.

  2. Un hombre llamado Cohete | TopLibros.es
    marzo 26th, 2008 07:15
    2

    […] “Lolito Cohete”, no todas las buenas lecturas están en los libros.Su último post es Mi vida misma I del 20 de Febrero de 2008. Pero sin riesgo para vuestra salud mental podéis leerlo entero, aunque […]

  3. LadinamoBlog » Blog Archive » Las calles de Kiev
    abril 1st, 2008 12:53
    3

    […] la intensa excursión a la “República de Plastcar” y la interesante dosis de usos y costumbres soviéticas a base de música, pescado ahumado, pan con […]

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