Paseos, huidas y dolor, mucho dolor…

Por admin

Moscú, jueves 18 de octubre de 1990

Llego a la noche… de milagro. Hoy ha sido un día extraño. Desperté entre sudores fríos y pesadillas en las que la bella Mirela se alejaba de mis días irremisiblemente (luego he sabido que tenían de premonición). No dejo de pensar en ella y me siento muy raro, no sé, como si viviera en Babia y ni mi cuerpo fuera mío. Más tarde he vagado por los pasillos de la residencia como alma en pena, hasta que ha ocurrido el milagro: por primera vez en mi vida he leído un poema, y luego otro, y otro, y otro… He devorado los libros de Josemi sin pestañear y hasta he llorado dos veces. No sé que me pasa, pero estoy acojonao…

No obstante, el día ha dado bastante más de sí… y de mí. Lo peor ha venido por la tarde. Paseos, huidas y dolor, mucho dolor. Ese podría ser el titular que resuma las últimas veinticuatro horas. Como si el reactor nuclear de mi vida hubiera sufrido un recalentamiento y hubiera explotado todo el hidrógeno acumulado desde que mis huesos aterrizaron en Moscú. Definitivamente, la monótona y apacible normalidad se ha esfumado de mi vida para siempre. Sólo queda el dolor y la angustia. Echo de menos a mi madre. Extraño Torreperogil. Quién me mandaría a mí venirme a la Unión Soviética. Y, sobre todo, cómo, pero cómo duele el amor y qué lejos está Brasil…

Amanecí muy pronto y muerto de pánico. Una pesadilla horrible me sacó del incómodo duermevela en el que me habían instalado los insoportables ronquidos hipohuracanados de mis compañeros de cuarto. Para no recrearme en exceso, solamente dejaré dos aterradoras imágenes de mis sueños:

1) Final del campeonato mundial de voleibol femenino: Brasil-Jaén (sin comentarios). Estadio lleno a rebosar. Mirela comandando un equipo de enormes y atléticas jugadoras cariocas. Mi enclenque persona capitaneando a dos mulas y un conejo desgobernado al que no consigo convencer de que deje de roer obsesivamente la red. De repente, Mirela me mira y rompe a reír. El público me señala y hace lo propio. Las carcajadas son ensordecedoras. Las mulas rebuznan histéricas. Es el infierno. Un enorme negro brasileño vestido de carnaval me acerca un espejo mientras trata de contener la risa. Dios… estoy completamente desnudo. Cubro mis vergüenzas como puedo y salgo de allí a la carrera.

2) Al instante estoy plantado en la plaza de mi pueblo (vestido). No hay ni un alma. Respiro aliviado. Todo está cerrado a cal y canto. Tengo una sed enorme. Me acerco a una fuente, pero está completamente seca. Comienzo a escuchar un rumor que va creciendo, como de marabunta. Es mi pueblo entero clamando contra mi persona. La masa va armada de todo tipo de objetos punzantes. Llevan a mi pobre abuelo encerrado en una jaula y están realmente fuera de sí. Tres días antes, un accidente nuclear de nivel siete ha provocado el pánico entre mis paisanos y lo ha destruido todo. La disparatada versión oficial apunta a mi autoría. Según las malas lenguas, he liberado una cantidad exorbitante de gas absorbente de neutrones mientras manipulaba una patata en el huerto de mi familia. El resultado ha sido un envenenamiento masivo por xenón. Estoy perdido, no hay manera de hacerles entrar en razón. Van a acabar con mi vida. Mi madre llora desconsolada. Mi padre me maldice. Atisbo a lo lejos a la bella Mirela. Va del brazo de un enorme y despampanante hombre rubio. Se parte de risa de mi suerte y no deja de repetir “patata, patata, patata”. Creo morir…

Entonces despierto entre sudores mortíferos y compruebo con alegría que todo ha sido una pesadilla. Todo está en su sitio. Los exagerados ronquidos contiguos y el reclamo de una lejana sirena que llama al trabajo me devuelven a la realidad. Moscú. Otoño. Seis de la mañana.

Luego he pasado unas tres horas deambulando por los pasillos. He huido dos veces de un par de sirios con malas pulgas y he engullido dos huevos duros y unas salchichas frías en la cafetería de la residencia. Mi aspecto era tan deplorable que me he cruzado junto a la biblioteca con Edu, el biólogo de Totana, y casi lo mato del susto. Entonces, he decidido que me ausentaría de las clases esta mañana (NOTA: tengo pendiente abordar el relato de mi vida académica, entre torturas matemáticas del profesor Kornilov, estudio de los grandes hitos de la ingeniería soviética y el comportamiento desatado de la camarada Popova, mi vetusta y cascada profesora de ruso). Me he recluido en mi habitación y, a fuerza de echar de menos las costas brasileñas como nunca antes, me he dado a la desaforada lectura de los libros de poesía que me han prestado Josemi y Merceditas. He flipao en colores. Era como una droga, no podía dejar de leer. Lo que más me ha llegado han sido las odas al progreso técnico de Mayakovski: el puto amo. Lo mismo hace apología de la tecnología, que homenajea al pasaporte soviético o escribe unos poemas de amor que son la leche: Hoy estás con el corazón acorazado, otro día más y me expulsarás abrumándome de injurias, en la turbia antesala no acierta con la manga la mano quebrada de temblor. Huiré, arrojaré el cuerpo a las calles, arisco, enloqueceré tajado de desesperación. ¿Para qué eso? Querida, piadosa, déjame decirte adiós, aunque no quieras es mi amor lastre que arrastrarás adónde vayas, deja que llore en el último grito el amargor del desaire, el buey cansado de trabajar va y se tumba en las aguas frías, para mí no hay otro mar que tu amor…”. La caña. Justo cuando me daba al patético llanto pensando en la bella Mirela, han llegado Negro y Curro. Al verme de esa guisa se han alarmado y han decidido saltarse a la torera mi estado lamentable y el deseo de morir, morir y morir que me dominaba: me han vestido a la carrera y me han sacado a las calles para que me diera el aire.

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Mayakovski y amiga

El paseo ha sido maravilloso. Hemos empezado en la Manezhnaya o “Plaza del picadero”, que está junto al Kremlin y la Plaza Roja. De ahí hemos subido por la Gorkava (se llama así en homenaje a Gorki, que según me ha explicado Negro era otro mítico escritor ruso), hemos pasado junto al ayuntamiento de la ciudad (que aquí se llama “Soviet municipal”) y nos hemos detenido en la Pogreso, una librería alucinante que tiene una superpoblada sección de libros en castellano (NOTA: lo de la cultura en este país no deja de sorprenderme. El precio que tienen los libros es ridículo: hemos ramplado con unos treinta –literal- y no hemos pagado ni ciento cincuenta pesetas. Alucinante. Había familias que llevaban una especie de carritos de la compra porque no daban a basto. Si lo cuento en mi pueblo, la peña flipa. Pero no son sólo los libros, además de que la educación es completamente gratuita para todo el mundo, los teatros, los museos o el cine tienen unos precios de coña. Negro dice que es la caña ir a la opera por unas diez pesetas y encontrarte el teatro lleno de obreros y niños. Me ha prometido que me va a llevar un día de estos). De la Progreso hemos ido a parar a la Kalinina, una de las avenidas más importantes de la ciudad (bautizada con el nombre de un tío muy bolchevique que fue presidente de la URSS), llena de tiendas y grandes almacenes. Me siguen llamando la atención las colas, por todas partes, para cualquier cosa. Como las tiendas están generalmente desabastecidas de comida, en cuanto aparece algo en los escaparates, la gente acude en masa a hacerse con ello. Ejemplo: por el camino hemos visto una enorme cola: había llegado una remesa de kalvasá (el “embutido nacional” soviético: unas veces parecido a la mortadela y otras más cercano al salchichón). No ha sido la única: lo que realmente me ha flipado ha sido encontrar un interminable colón que daba la vuelta a la manzana de una tienda Melodía para, atención, hacerse con un disco de los Beatles. Según me ha contado Negro, es todo un acontecimiento: las autoridades de la URSS no veían con buenos ojos la música de occidente hasta que llegó la Perestroika, así que grupos de hace veinte o treinta años son novedad para la mayoría de los soviéticos, que son capaces de hacer horas y horas de cola por un disco que tiene más años que la tana (NOTA: Melodia es el sello discográfico del Estado, encargado de la edición y distribución de toda la música que circula por el país. No hay más sello que ese, aunque me han contado que circulan por ahí grabaciones piratas de grupos a los que el Estado no da bola. Negro es un fanático de la música. En la media hora que hemos pasado en la tienda, me ha dado todo un seminario improvisado sobre el panorama musical soviético. Eso sí, a él lo que realmente le gusta es la música clásica. Te cagas. Además, me ha hablado del jazz soviético y se le encendían los ojos. Tiene por ahí un tocadiscos viejo que no usa: me lo va a pasar junto a un montón de discos para que me inicie en su disparatada devoción megalómana. Al igual que sucede con los libros, en la URSS los discos no cuestan una mierda. Negro se ha comprado siete por, ejem… unas cinco pesetas. No salgo de mi asombro. Por eso aquí hay tanta gente que sabe un huevo de música y todo dios va a la opera o al ballet).

 

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Tienda «Melodia» en la moscovita Avenida de Kalinin

 

 

 

 

 

 

Tras llenar el estómago con una especie de pizza que hemos encontrado en uno de los quioscos de la avenida Kalinina, nos hemos vuelto para la residencia. Al llegar, Marga e Isabel me han advertido de que Mesa se había personado en el edificio y andaba buscándome como un loco. Dentro de dos días comienza el campeonato de mus y yo sigo tratando de que me cambien de pareja desesperadamente. Como no tenía ninguna gana de toparme con él, me he pasado huyendo gran parte de la tarde, casi tanto como el que he malgastado tratando de provocar un encuentro “fortuito” con la bella Mirela. Tras lograr dar esquinazo al pobre Mesa por los pelos y haber hecho correr el rumor de que me había ido de viaje más allá de los Urales hasta el inicio del campeonato, me recluí en un rincón remoto de la biblioteca, con la intención de estudiar algo de ruso y dar cuenta de unos problemillas de física que nos han puesto en clase. Craso error. Fue sentarme delante de un papel y brotarme la fuerza interior que me tiene hecho un cristo devoto de las costas brasileñas y el balonvolea. Dicha fuerza hasta ahora desconocida me llevó a llenar unas doscientas cuartillas con el nombre de Mirela hasta en cirílico y lo que es peor, a componer los primeros y ridículos ripios de mi corta existencia. Joder. Si hubiera una vacuna me la pondría ahora mismo. Estoy de los nervios. No obstante, el drama ha llegado un rato más tarde, cuando harto ya de mi vena poética y de gastar los mapas del Brasil en las viejas enciclopedias soviéticas, he salido de la biblioteca con la intención de engullir cualquier tipo de alimento en la cafetería de la residencia. Entonces, el destino me ha deparado la peor de las suertes posibles. La terrible sucesión de acontecimientos ha sido la siguiente: 1. Salgo al pasillo atorado a partes iguales por un hambre y un aturdimiento quinceañero que había que verme. 2. Como de la nada, emerge la bella Mirela con su chándal, su rubia melena arrebatada, su sonrisa kilométrica y su todo. 3. Logro resistir a unos dieciséis amagos de desmayo. 4. Ella me pregunta qué tal con su castellano de telenovela y, atención, me planta un beso en la mejilla, lo que vuelve a provocarme otros tantos amagos de lipotimia. 5. En ese momento, todo comienza a ir mal, muy mal: Mesa sale de la cafetería y se acerca, gozoso, a nosotros. Exhibe una aterradora sonrisa, saluda y… ME PASA LA MANO POR LA ESPALDA. 6. Exactamente tres segundos después, un joven, atlético y despampanante checo aparece por el pasillo, abraza denodadamente a la Mirela del alma mía y le planta un beso de tornillo. 7. Ella sonríe y nos presenta a Tarzán como Václav, su novio. 8. Me tambaleo. Todo se nubla a mi alrededor. Me falta el aire. 9. “Su novio”… siento como esas dos terribles palabras se me clavan en una pierna. 10. El dolor es enorme, pero verdaderamente enorme. No puedo retener las lágrimas. 11. Veo que Mirela, Mesa y el bello hombre-armario me miran aterrados la pierna. 12. Hago lo propio y, ¡DIOS!… observo que fruto del estado de nervios y la pérdida de control que me ha provocado la estampa amatoria checo-brasileña, me he clavado dos portaminas en plena pantorrilla y la sangre brota a borbotones (de ahí el intenso y escasamente poético dolor, evidentemente). 13. Nuevo acceso de lipotimia. Vuelvo a tambalearme. 14. Se desata la mayor de las humillaciones imaginables: el hombre de Praga se quita su camiseta exhibiendo una cantidad insultante de músculos perfectos y checoslovacos, me hace un torniquete con ella, me coge en brazos y sale conmigo a la carrera en busca de asistencia sanitaria en la policlínica más cercana. Definitivamente, la madre de todas las derrotas.

Me ahorraré el cúmulo de exageraciones vividas gracias al sistema médico soviético. Sólo diré que, tras pertinente viaje al mercado negro en búsqueda de la vacuna antitetánica, algodón y gasas, logré que me limpiaran y me cosieran la herida (NOTA: realmente en la policlínica no había nada de nada, salvo médicos y enfermeras por doquier. Desconozco la causa de la ausencia de utensilios sanitarios, pero no de la carencia de alcohol: los galenos y sus ayudantes se lo habían pimplado todo. La melopea era general y escandalosa. Sencillamente dantesco). Tras la delirante excursión ambulatoria, el humillante rey de la selva (negra) me depositó literalmente en mi cama y, seguramente, partió a hacerle el amor sin medida a la bella Mirela. Yo pasé como una hora y media de llanto desconsolado y vergonzante, con una especie de hipo que amenazaba con saltarme los puntos, mientras me daba a la lectura impulsiva de las obras de teatro del tal Brecht (por obra y gracia del ingente préstamo bibliotecario de Merceditas) y veía caer la noche, maldiciendo mi suerte y la disparatada idea de dar con mis huesos en la URSS. No sé cómo sobreviviré a tanta desolación…

3 respuestas a “Paseos, huidas y dolor, mucho dolor…”

  1. LadinamoBlog » Blog Archive » Paseos, huidas y dolor, mucho dolor…
    enero 15th, 2008 12:56
    1

    […] Una nueva entrega del folletín Las aventuras de Lolito Cohete… […]

  2. Concha
    enero 16th, 2008 20:27
    2

    increíble, Lolito también maneja a la perfección el registro dramático.
    Obra magna de la literatura universal, proclamo.

  3. Vanessa
    enero 26th, 2008 15:36
    3

    Impresinante lolito, mítico en sus lances amatorios, queremos nuestra ración semanal de Lolito y le incluimos a club de los expectativistas del cual soy secretaria, larga vida a Martín Romaña!!

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