Un hombre llamado Cohete

Por admin

¿Recuerdan el extraño caso de Lolo Romero? ¿No? ¿Y si les decimos que estamos hablando de Lolito Cohete? ¡Coño, Lolito! Echemos la vista atrás: Lolo Romero era un joven jienense tan obsesionado con el milagro científico-técnico soviético que en 1990, en pleno colapso del régimen socialista, decidió irse a estudiar ingeniería nuclear a Moscú. Romero se hizo popular en 1992 tras ser deportado acusado de tenencia de material radioactivo. Poco después de su regreso a España, Lolo, acosado por la prensa, desapareció sin dejar rastro. O casi: su ropa apareció junto a la orilla de una playa gaditana. Y nunca más se supo… hasta hoy. Hace unas semanas alguien hizo llegar a la redacción de LDNM los míticos diarios perdidos del viaje a la URSS de Lolito Cohete. Por favor, no pierdan detalle de este folletín por entregas…

Mi nombre es Lolo Romero, aunque todo el mundo me conoce como Lolito Cohete. Algunos piensan que este apodo me va que ni pintado. Puede ser, pero creo que hay una frase que me cala mejor: siempre llego tarde a todas partes. Y no soy consciente de ello hasta que es… demasiado tarde. En fin, aún a riesgo de demorarme una vez más, antes de pasar a contarles mi viaje a la Unión Soviética (que no a Rusia, como dicen por ahí) me gustaría repasar algunos episodios de mi pasado remoto. Que conste que no lo hago para tratar de justificar desvaríos posteriores, lo hecho, hecho está, sino porque creo que antes de embarcarse en este viaje deberían conocer cómo empezó todo.

Ramón y Lolito Romero

Mi abuelo por parte de madre se llamaba Ramón Romero. Era el manitas del pueblo. Desde joven arreglaba los pocos aparatos mecánicos y eléctricos que existían en la comarca. Cuando estalló la Guerra Civil, Ramón, enrolado en las filas republicanas, recibió instrucción técnica del ingeniero soviético Gari Kutusov. Mi abuelo no entendía de política pero sí de cachivaches: cayó profundamente enamorado de la correa de transmisión de un carro de combate ligero T-26, de las lentes de unos prismáticos Zeiss 8×25 y de los revolucionarios consejos de agronomía que le daba Kutusov para sacar un máximo rendimiento por hectárea a nuestro erial. El fin de la guerra trajo consigo el hambre y la autarquía. Más tarde, Ramón, sin ser consciente de ser el primer jienense en practicar el espionaje industrial, se dedicó en cuerpo y alma a intentar conseguir todas las piezas necesarias para construirse una pequeña tanqueta ligera inspirada en el T-26 a la que pretendía añadir un arado de reja para humillar con su abrumadora productividad al tractor americano que circulaba por el pueblo de al lado. Fracasó en este empeño. No, en cambio, en sus esfuerzos por inculcarme el gusto por la mecánica autodidacta de altos vuelos. Cuando cumplí ocho años me regaló una suscripción vitalicia a la edición venezolana de la revista Popular Mechanics y pronunció por primera vez la frase con la que siempre daría por terminada cualquier evaluación de mis progresos tecnológicos: “Para no ser ruso tiene un pase”. Y ahí empezó todo… Siendo ya un adolescente, llegar a fabricar aparatos que merecieran la calificación de rusos se había transformado en una obsesión: en lugar de perseguir a las chicas del pueblo –sí, también llegué tarde a la pubertad– me dedicaba a fabricar pequeños ingenios nucleares en el antiguo establo de la casa familiar y a seguir cursos de ruso por correspondencia en los que sólo aprendí dos frases “Dimitri se solaza en su dacha” y “¿Camarada, dispone usted de pequeñas dosis de uranio para mi reactor casero?”. Mis padres me miraban preocupados: tenía un hobby bien raro, no tenía amigos y, para colmo, soltaba frases en ruso sin venir a cuento. Por entonces, todo el pueblo me conocía ya como Lolito Cohete. El caso es que mis resignados padres acabaron por dejarlo estar; después de todo, mis notas en matemáticas y ciencias eran excelentes. Así que pronto se me quitaría la tontería de la cabeza y empezaría a ayudar a mi padre a labrar el campo. ¡Que buena falta hacía! Cuando terminé el instituto, mi destino era estudiar ingeniería nuclear en Madrid. Una carrera decente, para no ser rusa. El 3 de julio de 1990 me desplacé a Madrid a buscar alojamiento para el curso siguiente. Allí se produjo la epifanía. Una enorme marquesina en la Gran Vía anunciaba: BECAS EN LA UNIÓN SOVIÉTICA. El dispensario de becas estaba justo al otro lado de la acera, en la sede de la Asociación de Amistad España-URSS (AAEU) (Nota: meses más tarde, entre nevada y nevada, me enteraría de que Ramón María del Valle-Inclán fue nombrado presidente de honor de la asociación en 1933). No habían pasado veinte días cuando sonó el teléfono rojo de Torreperogil (Jaén): “Le anunciamos que su hijo Manuel Romero Rotor ha recibido una beca de la AAEU para ir a estudiar una ingeniería a la Unión Soviética y deberá de personarse en diez días en nuestra sede de Madrid… ¿Señora? ¿Sigue ahí?” En fin, no voy a entrar ahora en detalles sobre el drama que se desencadenó entonces, sólo diré que los días anteriores a mi partida, el rudo agricultor anteriormente conocido como mi padre se había convertido en un fino analista político. “Lolo, ¿tú sabes lo que está pasando en Rusia?”. “Padre, se llama Unión Soviética. ¿Cuántas veces se lo tengo que decir? Son quince repúblicas federadas. Rusia es sólo una de ellas. Y sí, padre, sé perfectamente lo que está ocurriendo en la URSS: una revolución científico-técnica”.
DÍA 1 Madrid, 31 de agosto de 1990. Hoy voy a coger mi primer avión: un Airbus A-320 de la compañía Aeroflot. Todos son novedades. Nadie me había dicho que el control de equipajes no se hace en el aeropuerto sino en la sede de la AAR unas horas antes de partir. Un funcionario soviético inspecciona allí los bultos de los veinte estudiantes becados por la AAR. Tras revisar mi equipaje, el funcionario decide confiscar mis discos de “música extranjera”. Buf, largo curso me espera sin mis discos de rock…

El aterrizaje

“¿Que no has traído nada de comida? ¿Estás de coña, no?” Durante el vuelo, los otros becados me miran como si estuviera loco por no llevar víveres para seis meses. ¿Dónde se creerá esta gente que vamos? ¿Se tratará de algún tipo de histeria debida al mal de altura? Pero, ay, tanta unanimidad ante mi supuesta falta de previsión me deja algo pensativo. ¿La estaré cagando? ¿O será que esta peña jala mucho? El caso es que a base de darle vueltas se me pasó el vuelo volando. Ya casi estamos. ¡Qué nervios! 17:38 h. Me resulta difícil describir con palabras lo que sentí cuando se abrió la compuerta del avión y comencé a bajar las escalerillas. ¡Qué alegría! ¡Qué emoción!… ¡Qué frío, joder! ¡Qué frío! Por suerte mi cuerpo no tardó en entrar en calor. Y es que, ¡qué reconfortante sensación la de ser recibidos por dos funcionarios del Ministerio de Educación con sus gorros de piel con orejeras y sus abrigos de enormes solapas rematados en cuello peludo. ¡Por fin estoy entre rusos de verdad! Tras presentarse, el camarada funcionario nº 1 decide romper el hielo en inglés y de un modo un tanto abrupto: “Camaradas estudiantes, sus becas han sido canceladas. Volverán a España en el próximo avión…»

El drama

Permítanme que me demore en este punto de la historia. Como se pueden imaginar, la noticia sobre la cancelación de las becas ha caído como una bomba entre los estudiantes españoles (¡vamos a perder el curso!). Por mi parte, tenía cosas más importantes en las que pensar: intentaba descifrar el significado profundo de una novedosa sensación de desasosiego que empezaba a abrirse paso en mi interior. Como una especie de presentimiento de que algo empezaba a ir mal. Como cuando se te pincha la rueda de la bicicleta, y aunque tú no lo sabes, cada vez te va a costar más pedalear. O como si te cayeras de un guindo a cámara lenta. Sí, la anulación de la beca fue el primero de una serie de incidentes que me acabarían llevando a plantearme la gran pregunta: ¿pero-qué-coño-hago-yo-aquí? Y se podría decir que todo empezó por error… Pero no adelantemos acontecimientos. Volvamos al aeropuerto. Comienza entonces una angustiosa espera en una grisácea sala con vistas a una de las pistas de aterrizaje del aeródromo Domodedovo. “Joder, que cutrez de sitio, parece la Estación Sur de autobuses. ¡Y cuánto madero!”, afirma desde el resentimiento un consternado becado madrileño de Usera. En vez de aterrizar en el aeropuerto internacional Sheremetovo 2 nos habían desviado a un aeródromo tomado por jóvenes soldados impasibles del Ejército Rojo embutidos en abrigos grises y gorros de piel. Se masca la tensión en el ambiente. Pasan los minutos. Mientras el resto de estudiantes se come la uñas me quedo embobado mirando la entrada triunfal en la pista del Antonov An-225 Mriya, el avión más grande del mundo, la bestia de los aviones de transporte. Se me saltan las lágrimas de la emoción. ¡Ay, si estuviera aquí el yayo Ramón!La tunaUnas cuantas horas después, los funcionarios del ministerio reaparecen con una orden: “Recojan sus cosas… Sígannos… Súbanse a ese autobús”. Ay, madre. ¿Nos llevan a otro aeropuerto? ¿Volvemos a España? Los camaradas funcionarios no saben no responden. Comienza entonces uno de los viajes más surrealistas de la historia de la locomoción. La ausencia de información sobre nuestro destino hace que algunos de los estudiantes empiecen a poner cara de estar sufriendo un secuestro express. Otros parecen menos preocupados: “Nos llevan a casa de Solyenitsin”, me dice entre risas una bilbaína. ¿De quién? Antes de que me pueda responder nos mandan callar. El camarada funcionario nº 1 va ha hablar. Atención… Prueba el micro… Se aclara la garganta… Ahí va: Aj… doroguie kapullos, sichás nachinai nasha vecherinka”. ¿Qué coño ha dicho?, le pregunto a la bilbaína. “Juraría que nos ha llamado capullos”.¿Cómo? Y entonces, tras unos segundos de incertidumbre, ocurre algo extraordinario: el camarada funcionario nº 1 se arranca a cantar en perfecto castellano: “El trigo entre todas las flores / ha elegido a la amapola, / y yo elijo a mi Dolores, / Dolores, Lolita, Lola. // Y yo, y yo escojo a mi Dolores / que es la flor más perfumada, / Doló, Dolores, Lolita, Lola. // Porompom pón, poropo, porompom pero, peró, // poropo, porom pompero, peró, /poropo, porompom pon”. Estupor general en el autocar. ¿Por qué canta esto? ¿Se ha vuelto loco? Parece español… Espera, que sigue… “La cabra, la cabra, la puta de la cabra, la madre que la parió, eh…” ¡Este menda es español! “Camaradas becados. El comité de estudiantes españoles veteranos les da la bienvenida a Moscú y tiene el placer de comunicarles que sus becas no han sido anuladas. Y ahora, todos a una: Carrascal, carrascal, qué bonita serenata…”

La residencia para pioneros

Bien, acabadas las bromas chuscas la cosa empieza a ponerse seria de verdad. Los veteranos nos informan de que el Ministerio de Educación aún no nos ha asignado alojamiento en ninguna residencia universitaria. Así que, hasta que nos den un destino, todos los becados nos alojaremos en una residencia para Pioneros (Nota: la revolución socialista creó una de las organizaciones más amplias para la educación política de los niños: los Jóvenes Pioneros. Fueron fundados al mismo tiempo que el Partido Comunista para garantizar la integración de los niños en la sociedad). La primera toma de contacto con la residencia del hombre nuevo socialista es un tanto decepcionante. El edificio parece algo abandonado. Aunque no por mucho tiempo: detrás de nosotros llega un flota de autocares ¡con cientos de africanos! Uno de los veteranos ataja cualquier tipo de especulación al respecto: “No, no es una inocentada. Cada año llegan a Moscú cientos de estudiantes africanos. Aquí se forman muchos de los cuadros de los partidos comunistas africanos. ¿Que por qué tienen pinta de acabar de salir de la tribu? Supongo que porque acaban de salir de la tribu”. Nadie se toma a broma el comentario: algunos de los africanos no tienen más equipaje que lo puesto –sandalias, túnicas y poco más– y parecen algo acojonados. Creedme, sé de lo que hablo. La primera noche me toca compartir habitación de tres camas con ocho subsaharianos. No está mal para alguien que no ha visto un negro de cerca en su vida… DÍA 2 00:05 h. Ya estamos los nueve en la habitación. Los africanos son parcos en palabras así que nos desnudamos en silencio. No puedo evitar fijarme en sus cuerpos: ronchas, cicatrices como de machete… Uno de mis compañeros de catre es un negro albino que se pasa toda la noche llorando. Duermo regular… 08:15 h. Me encuentro con algunos de los españoles en el baño. Sólo hay una pastilla de jabón para toda la residencia. “Dicen que hay pulgas y chinches”, afirma una catalana horrorizada. Buf, a ver qué tal el desayuno. Té y una pasta de sémola de trigo con leche llamada Kasha a la que recomiendan echar un chorro de una especie de aceite por encima. Me extraña que no haya más comida. Me habían dicho que los soviéticos acostumbran a desayunar fuerte: puré, cuatro filetes rusos y un huevo cocido. Con todo, después de desayunar, me entran ganas de cagar. No hay papel higiénico… 11:00 h. Reunión improvisada de los estudiantes españoles. Conclusiones: a) éste sitio es un infierno; b) hay que intentar que el Ministerio de Educación nos dé un destino cuanto antes. Pero, aunque en ese momento no lo sabíamos, la cosa no era tan fácil. Básicamente nos enfrentábamos a dos problemas. 1) Salir pronto de ahí. Adelanto que yo tardé tres días en salir. No obstante, el falso funcionario camarada nº 1 (en realidad se llamaba Andrés Blanco y era de Torrejón de Ardoz) me informó de que no estaba en condición de quejarme. Según parece, en 1989, una chica de Málaga se tiro dos meses en la residencia de los pioneros a la espera de destino. Acabó medio enloquecida. Y cuidado porque podía haber sido peor… Lo que nos lleva directamente al punto 2) que no te envíen a Siberia. Según cuentan los veteranos, en 1988 un sevillano becado para estudiar en Moscú fue enviado a hacer su carrera a, redoble de tambores, Vladivostok (bonita localidad a 9.289 kilómetros de Moscú. La temperatura media en enero es de -13.7° C). El sevillano vivió para contarlo: “Aquí es todo muy feo, quillo. Está todo en cuesta. Cuando hiela te metes unas piñas de flipar. Quillo, ¡a quién se le ocurre construir en cuesta una ciudad en la que hiela siempre!”. DÍA 3.

El análisis

Bien, antes de que nadie pueda poner un pie en residencia alguna hay que pasar una última prueba. La del SIDA. La cosa funciona así: nos llevan a la planta 14 del Hotel Universitiet, edificio tapizado en sky sito en la avenida homónima. Allí, una enfermera completamente demacrada, con pinta de haber ingerido recientemente litros de vodka de patata, me pide que me remangue. Se va a estrenar conmigo. Acostumbro a mirar hacia otro lado cuando me pinchan, pero ese día, quién sabe si por estar curado de espanto tras tres días en las afueras pioneras de Moscú o por algún extraño instinto de supervivencia, me dio por mirarme la vena en el último momento. “Aaaaaaagh, para, para, para”. Las temblorosas manos de la enfermera beoda sujetan una jeringa de cristal, con la aguja doblada y oxidada “No me pinche con eso, mi arma”. Se inicia entonces un tira y afloja que termina de un modo inesperado. “Camarada, entre tú y yo, abajo, junto a la recepción, hay un señor que vende jeringuillas… por unos dólares”, me susurra la enfermera mientras me guiña un ojo vidrioso. Como no entiendo nada, un estudiante asturiano llamado Tomás me hace un resumen de la situación: “Las enfermeras están conchabadas con unos tíos del mercado negro”. Toma moreno. Nos acercamos al mostrador tapadera. Lo atiende un ruso con bigote con poca pinta de vender jeringas de estraperlo. “¿Seguro que es aquí?”, pregunta Tomás. “Joder, no sé. Vamos a ver… Esto, jefe, venimos a por eso”, susurro en un inglés macarrónico. El ruso me guiña el ojo y saca una bolsa de debajo del mostrador. “Son buenas”, afirma, “muy buenas”. DÍA 4 Antes de que empieza a contar cosas sobre mi nueva residencia es necesario que nos situemos. Salvo que estudies medicina, lo normal es que te envíen a la Lomonosov, la Universidad Estatal de Moscú (MGU). No obstante, existen otras opciones más folclóricas. Por ejemplo, la Universidad Patricio Lumumba (UPL), popularmente conocida como “el Bronx”. Se trata de una universidad para estudiantes extranjeros, preferentemente africanos y latinoamericanos (si eres soviético y estás ahí estudiando es que eres un pieza de cuidado). Pero vayamos con lo mío. El edificio que alberga mi residencia en la MGU es uno de los denominados cinco cojones de Stalin. Lo que oyen. Se inauguró en 1953 (en esa época era el edificio más alto de Europa). Se dice que es posible estudiar los seis años de carrera sin tener que salir del edificio. Dentro hay de todo: comedores, lavanderías, oficinas de correos, clubes de ajedrez, librerías, tiendas de ropa, droguerías, bancos, clínicas y, por último, aunque no por ello menos importante, diversos mercados negros con todo tipo de género. Ah, antes de que se me olvide, los cinco cojones de Stalin son cinco rascacielos idénticos que el padrecito mandó construir tras ver una foto de Manhattan. O sea, que se construyeron porque le salió a él de sus santos cojones.

Viaje al centro de Moscú

El mismo día de mi llegada al tercer cojón de Stalin nos llevan –a mí y a un heterogéneo grupo de estudiantes del que enseguida hablaré– a hacer unos recados en un autobús hecho puré. Ea, por fin vamos a ver la ciudad, me digo. Arrancamos. Lo primero que llama la atención de Moscu visto desde la ventana de un autobús son los incomprensibles letreros en cirílico. Y luego las colas. Colas de todos los colores, de todos los tamaños, en casi todas las calles. Aunque entonces no era del todo consciente, pronto empecé a entender la relación directa entre a) no haber traído comida de España y b) las largas colas que había en la calle.

Pero ahora no tengo tiempo para pensar en estas cosas. Estamos parando. Parada 1: como tenemos que hacernos fotos para el carnet de la uni el conductor nos ha llevado a una zapatería. ¿Dónde si no? ¿No lo pillan? Esperen, que les echo un cable. Definición de fotomatón moscovita: zapatería situada en los bajos de un edificio de viviendas en la Avenida Profsoiuzsnaya. En la puerta de la zapatería hay una larga cola. Dentro varios fotógrafos con cámaras Zenit del año de la polka. Dentro cientos de cajas de zapatos repletas de fotos en blanco y negro y una turbamulta de rusos a la búsqueda de sus fotos. Fuera una señora de unos ochenta y cinco años con un brazalete rojo comprobando que te llevas tu foto y no la de algún otro camarada. Vuelta al autobús. Más colas por la ventanilla. Stop. Segunda parada: Oficinas de la Podgotovitelni Facultied, la facultad preparatoria para extranjeros de la MGU. El trámite de sellar, firmar y dar el visto bueno al carnet de estudiante es lento, doloroso y requiere de la participación de cuatro funcionarias de cardados indescriptibles (Nota: yo no sé nada de política. Bueno, más que no saber, es que me la suda. Con todo, viendo a las cuatro funcionarias poniendo un sello, no he podido evitar llegar a mi primera conclusión política del viaje: el logro real del socialismo fue conseguir que nadie pegara un palo al agua en setenta años. No parece poca cosa). Continúa el viaje. Colas, más colas. Al fondo se vislumbra un paisaje familiar. Tercera parada: Plaza Roja.

Bien, ahora sí que es momento de hablar de los pasajeros de este autobús. Atención, porque voy a empezar a pasar lista según se vayan bajando del vehículo y pisando la Plaza Roja. 1) Lolito Romero. España. Estudiante de ingeniería. 2) Néstor. Nicaragua. Ex combatiente del Frente Sandinista. 3) Hugo. Honduras. No para de criticar absolutamente todo durante el trayecto. Néstor me informa de que es un trotskista irredento. Pues vale. 4) Ali y Yasser. Líbano. Guerrilleros comunistas huidos de su país tras protagonizar una acción armada chapucera. 5) Femi, Umaru, Mohammadu… y otros cuarenta africanos en ropa de verano; uno de ellos tiene tanto frío que sale del autobús envuelto en una sábana que ha birlado en la residencia. Sí, amigos, el cuadro es dantesco. Pese a todo, pasamos completamente desapercibidos. Los moscovitas parecen estar acostumbrados a esto y a mucho más… Paseo por la plaza. Vuelta al autobús. Run run. Cuarta parada: Visita a los Almacenes GUM, situados frente al Kremlin y el mausoleo de Lenin.

Fundadas en 1953 las galerías GUM son el orgullo del comercio soviético. “Es como el Corte Inglés”, me susurra una funcionaria del ministerio. Añade que ha estado de viaje por España invitada por un sindicato. Ella y toda su familia. Les encantó Benidorm. Esto… empiezo a estar algo exhausto. Y no soy el único. Justo antes de que al africano de la sábana le de una hipotermia, funcionarios del ministerio nos proveen de todo tipo de ropa: chándals de la selección olímpica soviética, jerséis, abrigos militares, calzoncillos largos, botas, calcetines de lana, etc. La gama de colores es muy amplia: del gris piedra al gris hornillo. El trotskista hondureño aprovecha para lanzar una soflama sobre la “fobia estalinista a los colores del arco iris”. Uno de los libaneses le amenaza educadamente de muerte. No volverá a abrir la boca durante el resto del día… No lo comprendería, camarada. Una vez uniformados volvemos a la residencia. Los africanos están más animados, me siento mejor, parece que las cosas empiezan a ir bien. Al llegar al tercer huevo de Stalin un funcionario me comunica que me puedo incorporar a las clases inmediatamente. Sólo que el ministerio ha decidido que estudie ¡ingeniería agrícola! “La Ingeniería Nuclear es sólo para estudiantes de países del Pacto de Varsovia”. Ay, mi madre. Ay, mi madre. Joder, ¡po-dían habérmelo dicho antes! ¡Ingeniería agrícola! No sé como tomármelo. Me mareo, me repongo, me mareo, me repongo. El caso es que no he recorrido 4.000 kilómetros para que me enseñen a obtener cinco cosechas de remolacha al año. Estoy tan cerca de mi objetivo que no es momento de venirse abajo. Ahora que ya tengo uniforme es hora de empezar a luchar. ¡Quiero que me dejen estudiar ingeniería nuclear!

6 respuestas a “Un hombre llamado Cohete”

  1. chusa
    septiembre 28th, 2007 10:53
    1

    Massss! Por favor, tus admiradores torreños no pueden esperar más para conocer las aventuras de nuestro «Matt el Viajero» particular.

  2. alon
    septiembre 28th, 2007 15:59
    2

    Genial! Yo también necesito saber más de las andanzas de Lolito Cohete en Moscú.
    ¡Qué país la URSS de los noventa! ¡Qué organización! ¡Qué eficacia!
    Queremos más!!!

  3. Planckito
    septiembre 28th, 2007 17:04
    3

    El paraíso de los CCCP, los bien conocidos currantes con casco parados rsulta que no era tal, vaya desilusión, suerte que Vodka Yeltsin lo arregló

  4. nancy pelosi
    octubre 1st, 2007 20:55
    4

    MIL DISCULPAS.
    Sabia que podía estar equivocada.
    Es un placer volver a saber de Lolito.
    Gracias por no fallarnos.
    Procedo a leer sobre sus aventuras.

    Os saluda una seguidora avergonzada.

  5. nancy pelosi
    octubre 1st, 2007 21:24
    5

    Bueno,bueno ,bueno!
    Solo tengo elogios y maravillosas impresiones sobre este ingenioso relato con gran dosis de sentido del humor.
    Como me he podido reir….
    Gracias por haberme hecho pasar tan buen rato.
    Es verdad que no dejan de ser desgracias ajenas que a Lolito seguramente en ese momento le debieron caer como el pedo,pero irremediablemente para otros ,en concreto a mí ,me ha parecido que la experiencia de Lolito ha sido en gran parte una comedia que ahora puede compartir y contarnos.
    Los conflictos culturales culinarios han tenido en gran parte de is carcajadas desmadrantes en un cibercafé de mi barrio.
    El uso de los preservativos y los baños femeninos inundados, no se quedan atrás.
    Repito que ha sido un placer volver a saber de Lolito.
    Hasta la próxima entrega ,espero…
    Saludos de una seguidora incondicional

  6. edu
    octubre 16th, 2007 23:53
    6

    Enhorabuena a los de la dinamo. Es lo mejor que he leido en muchisisisisisimo tiempo. Ojalá no se terminasen nunca las historias de lolito cohete. Salud!

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