Peligros habitacionales: segunda entrega de los diarios de Lolito

Por admin

Moscú, lunes 10 de septiembre de 1990

Pues sí, amigos. Aquí estamos, yo, Lolito Cohete, un joven de Torreperogil que lo más lejos que había viajado era a Sevilla a la comunión de una prima, perdido en la ciudad de Moscú, en una destartalada residencia de estudiantes en la Avenida Lomonosov, sin hablar ni papa de ruso y, para colmo, despojado por obra y gracia de la burocracia soviética del motivo por el que he recorrido miles de kilómetros abandonando a los míos: estudiar Ingeniería Nuclear.

Empecemos por describir la residencia para becarios extranjeros en la que me alojo. Los estudiantes españoles más veteranos nos han contado que el edificio fue construido por prisioneros nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Se cuenta que las duchas no han sido tocadas desde entonces. Ni las salas de los sótanos donde los estudiantes almacenan sus pertenencias durante los períodos de vacaciones. La enigmática señora encargada de su vigilancia fue bautizada hace años como “Karaleva Tarakanov”, “la reina de las cucarachas”. Todos los estudiantes con los que he hablado recuerdan la recogida de pertenencias como una pesadilla selvática con sus ratas, chinches, pulgas y unas cucarachas marrones que están por todas partes. No es de extrañar. Una estudiante de Bilbao que lleva en Moscú casi cinco años me ha contado que los rusos acostumbran a echar cucarachas cuando se instalan en una casa. ¡Dicen que dan buena suerte! Y no es la única cosa rara que hacen en sus casas: también colocan las alfombras en las paredes en lugar de en el suelo. Así logran calentarlas un poco cuando el invierno aprieta. Eso sí, según dicen, aquí el Estado se ocupa de que la gente no pase frío ni de coña. Al parecer, los pisos están preparados para soportar temperaturas glaciares y la calefacción y el agua caliente son gratuitas para todo quisqui. La gente tiene también luz, gas y teléfono prácticamente por la cara. Vaya chollo.

Pero pasemos de las leyendas urbanas moscovitas a la acción. Provisto del albornoz de paño que mi abuela se empeñó en meterme en el equipaje (junto a cuatro pastillas de jabón Lagarto de medio kilo cada una y dos estropajos de esparto) me encaminé hacia las duchas hace tres días. En el hall del edificio, la impertérrita vigilante de brazalete rojo, que parece residir allí y tener unos 140 años, me indicó que las duchas estaban en el sótano. Bajé la primera escalera y la luz comenzó a ser tenue. Bajé la segunda y todo se hizo negro como un abismo. Al llegar al sótano busqué un interruptor y me topé con la oreja de un estudiante portugués que subía a la carrera y a medio enjabonar. ¿Huía despavorido? Logré entenderle algo parecido a un “o averno, o averno… bestias pretas e peludas” antes de que saliera a la superficie perdiendo la toalla y las chancletas por el camino. No obstante, me armé de valor y encaré el corredor oscuro. Al fondo una tímida luz y una densa capa de vapor parecían indicar que las duchas andaban por allí. Bien. En ese momento, una rata de medio metro se atravesó en mi camino y me enseñó sus colmillos amenanzantes. Dios, “o averno”. Entonces aprendí que las ratas pueden ponerse a dos patas para defender su territorio con la agilidad de un luchador de Kung Fú… Salí de allí cagando leches. No he vuelto. En realidad ninguno de mis compañeros de habitación ha osado jugarse la vida accediendo a las duchas, ejem… desde hace días. El ambiente está más que cargadito en el cuarto. El aire comienza a hacerse irrespirable. Temo dormirme y no volver a despertarme.

lolito y compañero

Lolito con uno de sus compañeros de cuarto en la residencia de la Avenida Lomonosov

Moscú, miércoles 12 de septiembre de 1990

No hay mucho que contar de los últimos dos días. Cultivo la paciencia a la espera de que se produzca el milagro y las autoridades soviéticas cambien de opinión. ¡Ojalá me permitan estudiar lo mío! Ayer dos estudiantes veteranos me dieron esperanzas. Vamos a esperar una semana a ver si hay novedades del Ministerio; si no, dicen, habrá que emplear “métodos expeditivos para lograr el objetivo”. Lo que sea con tal de recuperar el sentido de mi viaje. Alucino con el buen rollo que hay entre los estudiantes españoles. Todo el mundo te ayuda y se preocupa de tus cosas. Mola.

Como no tengo mucho que contar, voy a seguir con la descripción de la residencia en la que vivo. Aunque el inframundo de las plantas subterráneas de la residencia es un tanto inhóspito, el sitio no está mal, es confortable y el ambiente es agradable. Se puede estudiar y siempre encuentras a alguien con quien conversar. Además, hay dos chipriotas de Akrotiri, estudiantes de Ingeniería Química, con los que me paso las horas discutiendo sobre motores de combustión. Ya hemos llenado varias decenas de servilletas con fórmulas y logaritmos. La pena es que, entre que el más espabilado es medio tartamudo y que mi inglés de BUP deja mucho que desear, la comunicación no fluye todo lo bien que desearía.

Con todo, la vida en la residencia tiene sus riesgos. Tres son los lugares donde se concentran con mayor intensidad: las duchas, las cocinas y los baños/retretes compartidos que hay en cada planta. Las cocinas son algo así como el escenario de un violentísimo choque cultural. Tras visitar la cocina de mi planta, convertida en vertedero irrespirable debido a la acumulación de basura, he sido advertido de la existencia de una alianza hispano-árabe contra la comunidad gastronómica hindú-africana y sus peculiares usos y costumbres en materia de producción de mierda. Básicamente tiran todos los desperdicios al suelo, convirtiendo la cocina en una pocilga imposible de usar. Hace unos días se desató una guerra entre hindúes y sirios cuando un estudiante de ese país, tras pisar una monda de patata, se dio de bruces contra el suelo: cuatro puntos de sutura en la cabeza y un brazo roto. En defensa de los pobres hindúes, que recibieron de lo lindo, hay que decir que los sirios se muestran especialmente violentos y no se llevan bien con casi nadie. Tienen cierta tendencia a transformar cualquier tipo de utensilio en un arma arrojadiza y/o cachiporra para arremeter contra cualquiera, a la mínima oportunidad, sin motivo aparente. Me dan miedo los sirios, mucho miedo. Pero con los que se llevan realmente mal es con palestinos y libaneses: están a palos todos los días. Me han intentado explicar los motivos. Al parecer, los árabes consideran a los sirios unos traidores a su causa (no tengo ni idea de este tema, sólo se que los árabes están a piñas con los israelíes desde hace unos mil años. Por suerte en la residencia no hay israelitas).

Vayamos con otro de los espacios peligroso de la residencia: los baños. Se trata de unos amplios habitáculos provistos de lavabos y excusados. En cada planta hay dos, uno para chicos y otro para chicas. Como indica el tópico, los de los chicos están infinitamente más sucios que los de las chicas. Tanto es así que usar el retrete supone un deporte de altísimo riesgo. Rozarse con algo, lo que sea, puede traer consecuencias irreversibles. Un estudiante de Logroño llamado Luisma (aunque conocido aquí como “Brezhniev” por sus prominentes cejas) pilló unos hongos debido a un roce fortuito con el inodoro. Lo peor es que 1) no hubo manera de convencer a su novia, una estudiante de psicología de Badalona hipertensa, de que su churri había contraído el desbarajuste genital sin ayuda externa (Nota: le acaba de abandonar); 2) Lo único que le recetaron en el dispensario de la universidad fue que la metiera en una taza con té negro templado tres veces al día. Extrañado y escéptico, el camarada Brezhniev comenzó con el tratamiento. Tras varias semanas infructuosas en las que los picores y el fuego interior le llevaron a pasar las noches llorando, maldiciendo al Reino de Fungi y fantaseando sobre una posible auto amputación del miembro, Luisma abandonó el disparatado tratamiento; para entonces, “la cosa» estaba ya estropeadísima…

Trolebus Lomonosov

Trolebús en la Avenida Lomonosov

Moscú, sábado 15 de septiembre de 1990

Sin novedades en el frente por la conquista de mi derecho a la carrera de Ingeniería Nuclear. Estoy realmente de los nervios. Mejor prosigamos con el segundo peligro (más extremo, aunque cueste creerlo) que afrontas cuando haces uso del excusado en la residencia.

Digamos que el clima chusquero que caracteriza en ocasiones a los estudiantes españoles incluye una producción colectiva de pánico nada desdeñable. Entre el repertorio disparatado de usos y costumbres de la comunidad hispana, amén de unos “Campeonatos Mundiales de Mus de la Unión Soviética” en los que se suelen jugar las cartillas de racionamiento mientras se dilucida (hasta límites insospechados) la rivalidad territorial patria, se encuentra la auténtica pesadilla que acecha la vida de los residentes españoles: la práctica conocida como “joder la cagada”. Um… por decirlo en pocas palabras: en este sitio cagar es una actividad que requiere de una clandestinidad absoluta y del máximo de los secretismos. No te puedes fiar de nadie, la vigilancia es constante: centinelas anónimos pululan por las inmediaciones de los mingitorios en busca de algún incauto. Créanme si les digo que es realmente espantoso. Cuando algún estudiante es sorprendido haciendo equilibrios sobre la taza del water (recuerden que hay que defecar de pie para evitar rozamientos) la noticia corre como la pólvora. En cuestión de segundos, todo aquel que se encuentra en la residencia llega sigiloso hasta las inmediaciones del excusado provisto de las inmundicias y alimentos putrefactos que ha acumulado en su habitación durante semanas a la espera del GRAN MOMENTO. A la voz del chivato, todos los españoles vierten sus basuras pestilentes sobre el “pringao” de turno, que, para regocijo de sus compatriotas, sale del retrete en un estado lamentable. Cuentan que Miguel Arrope, más conocido como “el Fuli”, un estudiante de filología de Almería, fue sorprendido una vez mientras cagaba. Al escapar del acoso criminal, con los pantalones por las rodillas y llorando como una magdalena, toda España pudo ver su miembro cubierto con un condón (para evitar cualquier sobresalto en materia de candidiasis y organismos pluricelulares en general). La gracia es que desde entonces muchos de los que se rieron del pobre Fuli han adoptado la costumbre de cagar con condón. Dado que con los preservativos soviéticos resulta imposible la realización del acto amatorio por a) su descomunal e incomprensible tamaño, b) el grosor extremo de su plástico (según algunas fuentes, no es otra cosa que goma recauchutada reciclada de neumáticos viejos), y c) la inexistencia total de lubrificante, que hace del roce una experiencia inolvidable de irritaciones y dolores insoportables, el bueno de Fuli refundó la utilidad de las gomas convirtiéndolas en sentidas compañeras de atascos estomacales…

No obstante, los peligros que se derivan de los baños colectivos no sólo tienen que ver con su uso; vamos, que no es necesario usarlos para verse salpicado por efectos colaterales. Los baños de chicas de la cuarta planta están catalogados como de alto riesgo. Pasear por sus alrededores o encontrarse por las escaleras que dan al cuarto piso resulta extremadamente peligroso cuando las estudiantes hindúes hacen uso de ellos. Esas enigmáticas chicas, provenientes del medio rural, han sido educadas en una práctica del baño fluvial apegada a la naturaleza y les está costando un poco adaptarse a las costumbres urbanas. Su manera de bañarse es sencilla: se juntan todas, cierran a cal y canto las puertas del baño, tapan cualquier resquicio con toallas mojadas, atrancan los lavabos y… ¡abren todos los grifos a tope! Cuando los baños se han inundado a modo de lago y el agua les llega por la cintura, las hindúes gozan de su aseo. Hasta aquí, nade grave, salvo por las goteras que originan. Lo realmente peligroso llega cuando, al terminar con su higiene personal, abren graciosamente la puerta provocando descomunales cascadas que inundan todos los pisos y convierten las escaleras en un parque acuático intransitable y multicultural. Pero no hay manera de convencerlas ni de llegar a ningún acuerdo. Esa es su forma de bañarse y punto. Claro que los amigos sirios ya andan organizando el asalto. Me temo lo peor…

primera postal de lolito

Primera postal enviada por Lolito a sus padres

2 respuestas a “Peligros habitacionales: segunda entrega de los diarios de Lolito”

  1. kotele
    septiembre 24th, 2007 19:07
    1

    Sin duda alguna tus aventuras y desventuras son de lo mejor que he leido en Ladinamo.Humor,fantasia y realidad copulan en un lecho surreal, caotico y de lo mas didactico.Gracias.

  2. Artemio
    septiembre 27th, 2007 18:42
    2

    Cuanto se hecha de menos al Gran Lolito en el pueblo.
    Desde FRMLC de Torreperogil exigimos que LDNM publique ¡ya! cuanta documentación posea sobre este insigne e incomprendido hijo de nuestra villa. Estamos seguros de que una vez estos archivos vean la luz, el alcalde del pueblo no podrá seguir negándose a nombrar a Lolito el primer «Hijo Nuclear Adoptivo» de nuestra patria chica.
    Lolito, si nos lees desde alguna parte, no olvides que desde cualquiera de los foros de discusión de la Torre (lease bares), desde el Manzanillo a La Peña, pasando por el Patojo y Los Rosales
    ¡¡¡ESTAMOS CONTIGO!!!

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